Reflexión inesperada

¡Mamá, yo quiero ser yo!

¿Qué dicen el niño o la niña cuando dicen “quiero ser …”?
“¡Quiero ser piloto, quiero volar a gran altura y viajar muy lejos …!” El niño dice quiero ser, y describe un hacer. “¡Quiero ser pediatra, y cuidar la salud de los niños…!” La niña dice quiero ser, y describe un hacer. Los sustantivos ocultan verbos, ocultan los haceres que evocarían en los distintos ámbitos de convivencia en los que esos sustantivos tienen sentido.
Cuando decimos, “ella es una persona incorruptible”, evocamos un ámbito de haceres en los que pensamos que esa persona no querrá participar, a la vez que un ámbito de haceres en los que pensamos que esa persona sí estará dispuesta a participar. Y cuando decimos, “yo soy razonable”, lo que queremos evocar es que nos queremos conducir de modo que otra persona vea que no nos comportamos de manera arbitraria en nuestras relaciones.
Cuando un niño o una niña dice “yo quiero ser yo” nos dice que quiere, o que no quiere hacer las cosas que ve que los adultos hacemos, y las quiere o no las quiere hacer según si nos respeta, nos admira, nos ama, … o si se siente avergonzado de nosotros, y odia lo que hacemos. Los niños y niñas saben ya desde muy pequeños, no desde un reflexionar filosófico o religioso sino que desde sus sensaciones íntimas, cuando una conducta es amorosa y cuando no, cuando es ética y cuando no; y lo saben porque saben cuando su integridad o dignidad es abusada.
Los niños y niñas vivirán un vivir y convivir que se configurará en su vivirlo de una manera u otra según el vivir de los mayores con quienes convivan. Con frecuencia se dice que los mayores juegan el papel de modelos de vida para los niños y niñas. Pienso que son mucho más que eso. En el ámbito del vivir humanos los mayores, ya sean estos otros niños, niñas, o adultos, en su actuar, en su pensar, imaginar, curiosear, reflexionar, … en sus alegrías y dolores … en lo que ven y en lo que se niegan a ver según las teorías que guían su vivir, son lo más fundamental del nicho ecológico de todos los menores con quienes conviven. Y esto es así pues todo lo que los mayores puedan evocar en ellos con su sentir y actuar en el cosmos que generan en el suceder de su vivir en el nicho ecológico de esos menores, sea esto hermoso o vergonzoso, alegre o triste, aceptable o rechazable para ellos desde ellos, será, de modo inevitable, parte central del proceso en que éstos a su vez generarán el cosmos de su existir individual desde el comienzo de su historia.
¿Cómo hacemos lo que hacemos? ¿Nos importan o nos ocupan las consecuencias de lo que hacemos sobre otros seres humanos u otros seres vivos, o la biósfera? ¿Queremos hacer lo que decimos que queremos hacer? Cuando miramos como se conducen los animales que cuidan a sus crías nos parece que a los mayores les importa lo que sucede con sus menores; sin embargo los únicos que pueden darse cuenta de que les importa lo que le sucede a sus crías somos nosotros los seres humanos, o aquellos que como nosotros viven en redes de conversaciones reflexivas en las que han aprendido a preguntarse por como hacen lo que hacen desde el amar. Al mismo tiempo como seres que convivimos en redes de conversaciones reflexivas, los seres humanos siempre podemos inventar teorías con las que justificamos la negación de nuestro ver y nuestro sentir ético, nuestra consciencia social y nuestros saberes y nuestro entendimiento ecológico.
¿Queremos ser así?
¿Qué queremos ser? O mejor, ¿qué queremos hacer?
Ese es nuestro verdadero dilema, ese es el verdadero conflicto de deseos que vivimos en este nuestro presente histórico: tenemos todos los saberes, los conocimientos y el entendimiento para hacer todo lo que pudiéramos querer hacer, y los saberes y conocimientos que no tenemos aún los podemos investigar, buscar y encontrar. Podemos hacer cualquier cosa que se nos ocurra en el presente cultural de la humanidad que vivimos. Podemos convivir en el respeto de las diferentes culturas que aún no hemos negado, y podemos negarlas; podemos convivir en la continua generación y conservación de la armonía de nuestra antroposfera y la biosfera, y podemos negarla.
Tenemos que escoger ahora, no mañana, ahora: ¿Qué clase de seres vivos, qué clase de seres humanos queremos ser? O más bien, ¿en qué ámbito de haceres y coordinaciones de haceres queremos continuar nuestro vivir y convivir? Nuestros hijos e hijas vivirán los ámbitos de haceres y coordinaciones de haceres que adopten de su convivir con nosotros, y generarán un cosmos de colaboración en el mutuo respeto en un proyecto común de armonización de la antroposfera y la biosfera que generamos con nuestros haceres, sólo si vivimos con ellos sinceramente en la continua generación reflexiva de ese cosmos en el nicho ecológico que generemos con ellos mientras somos sus mayores.
Humberto Maturana Romesín.